17 de marzo de 2011

La primavera.


 En 1482 es requerido por la Signoria de Florencia, junto a otros artistas, para decorar la nueva ala magna del palacio. Dicho encargo se efectúa tras su estancia en  Roma, donde ha adquirido conocimientos y prestigio, mieles que comienza a recoger nada más volver a su ciudad natal. Sin embargo, durante estos años no desatiende los encargos privados provenientes de su gran mecenas, la familia Médicis, sobre todo los solicitados por Lorenzo de Pierfrancesco. Es para él, y para su familia, para los que realizó varias obras importantes de temática mitológica. Estando entre ellas, la que aquí nos interesa, “La Primavera”, un canto a la sensualidad y a la pintura en general.
Según nos cuenta Vasari fue realizada para Villa de Castello, y adquirida, posteriormente por Lorenzo de Pierfrancesco para colocarla en las estancias de su castillo. Con posterioridad se ha conocido que su lugar original fueron las estancias florentinas de los Médicis. Concretamente ésta se situaba en una habitación contigua al dormitorio principal, colocada en una pared y colgada por encima del nivel de los ojos. Es importante en esta obra hablar de la perspectiva, pues de ella depende la comprensión de su conjunto. En este lienzo se aleja el artista de las concepciones básicas de la perspectiva como elemento espacial, de la luz como parte de la realidad, o de las formas como medio de concreción del espacio. Aquí se crea un campo por medio de la alineación de troncos, de los ritmos lineales de las figuras, y de las diferentes composiciones vegetales, las que crean la profundidad. Todos los grupos bailan sobre un escenario imaginario, iluminados por focos de luz individuales, que aísla a unos de otros. Este tratamiento hace que consiga lograr una armonía y un equilibro casi de carácter universal, accede a lo divino y a la bondad a través de la belleza; aunando los conceptos filosóficos con la religión cristiana. Estos términos tan intelectuales responden a lo conocido por Botticelli en el entorno de los Médicis donde se relacionó con filósofos como Marsilio Ficino o Poliziano. El artista florentino plasma estas ideas a través de bellos personajes que aparecen sobre un hermoso jardín lleno de frutales. Entre dichos personajes, sobresale la figura central que representa a la Diosa Flora símbolo de la primavera que esparce flores allá por donde pasa. Se encuentra acompañada del viento Céfiro, de la Diosa Venus  al centro, de las tres Gracias danzando y del Dios Mercurio, en el lateral izquierdo mirando hacia el cielo. Este grupo de personajes ha sido protagonista de varias interpretaciones, algunas de las cuales citaremos aquí brevemente. En primer lugar se plantearon la fuente bibliografica que supuso la inspiración para el pintor. Se habla del poema de “Giostra” de Poliziano donde se describe los amores de Giuliano de Médicis y de Simonetta Cattaneo Vespucci, aunque la narración de la historia que narra Poliziano no concuerda exactamente con lo que observamos.
Sin embargo, se puede afirmar que la historia aquí pintada responde a las teorías filosóficas neoplatónicas del entorno florentino. Otra explicación corresponde a la dada en 1972 por Edgar Wind, él se centra en esta idea neoplatónica y divide la escena en cuatro zonas. En la derecha aparece Céfiro persiguiendo a la ninfa de la tierra Cloris, siguiendo el texto Fastos de Ovidio. Así Céfiro juega el papel del Amor y la ninfa la de la Castidad; y de la unión de ambos surgirá la bella Flora simbolizando la victoria de la primavera. Este grupo de tres se corresponde a las otras tres figuras del lado izquierdo, donde las tres Gracias personifican cada una de estas cualidades, la Castidad, la Voluptuosidad como símbolo de la pasión del amor, y la Pulcritud la que exhibe su belleza con decoro. Así en conjunto será la representación de la belleza del amor, movido por el juicio y la pasión. La Diosa Venus actúa como centro moderador de estos sentimientos. Es el centro del equilibrio, pues sin ella se desatarían las fuerzas de la naturaleza. Mientras Mercurio será el enlace entre lo terrenal y lo divino, actuando aquí como mensajero de los dioses, y mirando hacia arriba nos indica que se debe abandonar el mundo terrestre para poder elevarse al mundo superior. Esta figura se encuentra en perfecta simetría con Céfiro quién representa lo contrario, pues es él, el encargado de traer las pasiones a la tierra. Otra de las interpretaciones barajadas es la planteada por Gombrich, quién se basa en el lado más humanista y pedagógico de Ficino. Cuenta que en una carta mandada por Ficino a su pupilo Lorenzo de Pierfrancesco, le hablaba del papel de Venus en la formación y en el comportamiento humano. La carta también fue enviada a los responsables directos de la educación del joven para que se le inculcaran dichos preceptos en su formación. Decía Ficino, que Venus reúne todas las cualidades necesarias para el ser humano, el amor, la caridad, la gentileza, el encanto, entre muchas otras. Teniendo en cuenta la presencia de esta carta es posible que el joven Médicis estuviera interesado en ver representado algo relacionado con este hecho. Por ello Botticelli utilizó para este fin varias fuentes literarias, basándose en “El Asno de Oro” de Apuleyo, obra del siglo I d.c. de carácter platónico muy popular por entonces. En esta obra literaria se narra el juicio de Paris, concretamente el momento en el que él debe elegir a la diosa más hermosa. Mercurio es el encargado de llevar hasta el joven la manzana dorada con la que rendir homenaje a la elegida. En la historia de Apuleyo, Venus aparece en medio de esta reunión, acompañada por cupidos y ninfas, por las Tres Gracias y por las Horas que esparcen flores como ofrenda. Sin embargo, entre la representación del lienzo y lo pintado hay alguna discordancia, pues en el lienzo sólo aparece un cupido, y no las Horas en general, sino una sola. Además, tampoco se nos presenta a Paris, pero este detalle tiene su explicación, pues dicho papel corresponde al joven Lorenzo de Pierfrancesco, quién actuará como juez emulando a Paris, y finalmente él será el dueño de la pintura. En 1482 es requerido por la Signoria de Florencia, junto a otros artistas, para decorar la nueva ala magna del palacio. Dicho encargo se efectúa tras su estancia en  Roma, donde ha adquirido conocimientos y prestigio, mieles que comienza a recoger nada más volver a su ciudad natal. Sin embargo, durante estos años no desatiende los encargos privados provenientes de su gran mecenas, la familia Médicis, sobre todo los solicitados por Lorenzo de Pierfrancesco. Es para él, y para su familia, para los que realizó varias obras importantes de temática mitológica. Estando entre ellas, la que aquí nos interesa, “La Primavera”, un canto a la sensualidad y a la pintura en general.
Según nos cuenta Vasari fue realizada para Villa de Castello, y adquirida, posteriormente por Lorenzo de Pierfrancesco para colocarla en las estancias de su castillo. Con posterioridad se ha conocido que su lugar original fueron las estancias florentinas de los Médicis. Concretamente ésta se situaba en una habitación contigua al dormitorio principal, colocada en una pared y colgada por encima del nivel de los ojos. Es importante en esta obra hablar de la perspectiva, pues de ella depende la comprensión de su conjunto. En este lienzo se aleja el artista de las concepciones básicas de la perspectiva como elemento espacial, de la luz como parte de la realidad, o de las formas como medio de concreción del espacio. Aquí se crea un campo por medio de la alineación de troncos, de los ritmos lineales de las figuras, y de las diferentes composiciones vegetales, las que crean la profundidad. Todos los grupos bailan sobre un escenario imaginario, iluminados por focos de luz individuales, que aísla a unos de otros. Este tratamiento hace que consiga lograr una armonía y un equilibro casi de carácter universal, accede a lo divino y a la bondad a través de la belleza; aunando los conceptos filosóficos con la religión cristiana. Estos términos tan intelectuales responden a lo conocido por Botticelli en el entorno de los Médicis donde se relacionó con filósofos como Marsilio Ficino o Poliziano. El artista florentino plasma estas ideas a través de bellos personajes que aparecen sobre un hermoso jardín lleno de frutales. Entre dichos personajes, sobresale la figura central que representa a la Diosa Flora símbolo de la primavera que esparce flores allá por donde pasa. Se encuentra acompañada del viento Céfiro, de la Diosa Venus  al centro, de las tres Gracias danzando y del Dios Mercurio, en el lateral izquierdo mirando hacia el cielo. Este grupo de personajes ha sido protagonista de varias interpretaciones, algunas de las cuales citaremos aquí brevemente. En primer lugar se plantearon la fuente bibliografica que supuso la inspiración para el pintor. Se habla del poema de “Giostra” de Poliziano donde se describe los amores de Giuliano de Médicis y de Simonetta Cattaneo Vespucci, aunque la narración de la historia que narra Poliziano no concuerda exactamente con lo que observamos.
Sin embargo, se puede afirmar que la historia aquí pintada responde a las teorías filosóficas neoplatónicas del entorno florentino. Otra explicación corresponde a la dada en 1972 por Edgar Wind, él se centra en esta idea neoplatónica y divide la escena en cuatro zonas. En la derecha aparece Céfiro persiguiendo a la ninfa de la tierra Cloris, siguiendo el texto Fastos de Ovidio. Así Céfiro juega el papel del Amor y la ninfa la de la Castidad; y de la unión de ambos surgirá la bella Flora simbolizando la victoria de la primavera. Este grupo de tres se corresponde a las otras tres figuras del lado izquierdo, donde las tres Gracias personifican cada una de estas cualidades, la Castidad, la Voluptuosidad como símbolo de la pasión del amor, y la Pulcritud la que exhibe su belleza con decoro. Así en conjunto será la representación de la belleza del amor, movido por el juicio y la pasión. La Diosa Venus actúa como centro moderador de estos sentimientos. Es el centro del equilibrio, pues sin ella se desatarían las fuerzas de la naturaleza. Mientras Mercurio será el enlace entre lo terrenal y lo divino, actuando aquí como mensajero de los dioses, y mirando hacia arriba nos indica que se debe abandonar el mundo terrestre para poder elevarse al mundo superior. Esta figura se encuentra en perfecta simetría con Céfiro quién representa lo contrario, pues es él, el encargado de traer las pasiones a la tierra. Otra de las interpretaciones barajadas es la planteada por Gombrich, quién se basa en el lado más humanista y pedagógico de Ficino. Cuenta que en una carta mandada por Ficino a su pupilo Lorenzo de Pierfrancesco, le hablaba del papel de Venus en la formación y en el comportamiento humano. La carta también fue enviada a los responsables directos de la educación del joven para que se le inculcaran dichos preceptos en su formación. Decía Ficino, que Venus reúne todas las cualidades necesarias para el ser humano, el amor, la caridad, la gentileza, el encanto, entre muchas otras. Teniendo en cuenta la presencia de esta carta es posible que el joven Médicis estuviera interesado en ver representado algo relacionado con este hecho. Por ello Botticelli utilizó para este fin varias fuentes literarias, basándose en “El Asno de Oro” de Apuleyo, obra del siglo I d.c. de carácter platónico muy popular por entonces. En esta obra literaria se narra el juicio de Paris, concretamente el momento en el que él debe elegir a la diosa más hermosa. Mercurio es el encargado de llevar hasta el joven la manzana dorada con la que rendir homenaje a la elegida. En la historia de Apuleyo, Venus aparece en medio de esta reunión, acompañada por cupidos y ninfas, por las Tres Gracias y por las Horas que esparcen flores como ofrenda. Sin embargo, entre la representación del lienzo y lo pintado hay alguna discordancia, pues en el lienzo sólo aparece un cupido, y no las Horas en general, sino una sola. Además, tampoco se nos presenta a Paris, pero este detalle tiene su explicación, pues dicho papel corresponde al joven Lorenzo de Pierfrancesco, quién actuará como juez emulando a Paris, y finalmente él será el dueño de la pintura. En 1482 es requerido por la Signoria de Florencia, junto a otros artistas, para decorar la nueva ala magna del palacio. Dicho encargo se efectúa tras su estancia en  Roma, donde ha adquirido conocimientos y prestigio, mieles que comienza a recoger nada más volver a su ciudad natal. Sin embargo, durante estos años no desatiende los encargos privados provenientes de su gran mecenas, la familia Médicis, sobre todo los solicitados por Lorenzo de Pierfrancesco. Es para él, y para su familia, para los que realizó varias obras importantes de temática mitológica. Estando entre ellas, la que aquí nos interesa, “La Primavera”, un canto a la sensualidad y a la pintura en general.
Según nos cuenta Vasari fue realizada para Villa de Castello, y adquirida, posteriormente por Lorenzo de Pierfrancesco para colocarla en las estancias de su castillo. Con posterioridad se ha conocido que su lugar original fueron las estancias florentinas de los Médicis. Concretamente ésta se situaba en una habitación contigua al dormitorio principal, colocada en una pared y colgada por encima del nivel de los ojos. Es importante en esta obra hablar de la perspectiva, pues de ella depende la comprensión de su conjunto. En este lienzo se aleja el artista de las concepciones básicas de la perspectiva como elemento espacial, de la luz como parte de la realidad, o de las formas como medio de concreción del espacio. Aquí se crea un campo por medio de la alineación de troncos, de los ritmos lineales de las figuras, y de las diferentes composiciones vegetales, las que crean la profundidad. Todos los grupos bailan sobre un escenario imaginario, iluminados por focos de luz individuales, que aísla a unos de otros. Este tratamiento hace que consiga lograr una armonía y un equilibro casi de carácter universal, accede a lo divino y a la bondad a través de la belleza; aunando los conceptos filosóficos con la religión cristiana. Estos términos tan intelectuales responden a lo conocido por Botticelli en el entorno de los Médicis donde se relacionó con filósofos como Marsilio Ficino o Poliziano. El artista florentino plasma estas ideas a través de bellos personajes que aparecen sobre un hermoso jardín lleno de frutales. Entre dichos personajes, sobresale la figura central que representa a la Diosa Flora símbolo de la primavera que esparce flores allá por donde pasa. Se encuentra acompañada del viento Céfiro, de la Diosa Venus  al centro, de las tres Gracias danzando y del Dios Mercurio, en el lateral izquierdo mirando hacia el cielo. Este grupo de personajes ha sido protagonista de varias interpretaciones, algunas de las cuales citaremos aquí brevemente. En primer lugar se plantearon la fuente bibliografica que supuso la inspiración para el pintor. Se habla del poema de “Giostra” de Poliziano donde se describe los amores de Giuliano de Médicis y de Simonetta Cattaneo Vespucci, aunque la narración de la historia que narra Poliziano no concuerda exactamente con lo que observamos.
Sin embargo, se puede afirmar que la historia aquí pintada responde a las teorías filosóficas neoplatónicas del entorno florentino. Otra explicación corresponde a la dada en 1972 por Edgar Wind, él se centra en esta idea neoplatónica y divide la escena en cuatro zonas. En la derecha aparece Céfiro persiguiendo a la ninfa de la tierra Cloris, siguiendo el texto Fastos de Ovidio. Así Céfiro juega el papel del Amor y la ninfa la de la Castidad; y de la unión de ambos surgirá la bella Flora simbolizando la victoria de la primavera. Este grupo de tres se corresponde a las otras tres figuras del lado izquierdo, donde las tres Gracias personifican cada una de estas cualidades, la Castidad, la Voluptuosidad como símbolo de la pasión del amor, y la Pulcritud la que exhibe su belleza con decoro. Así en conjunto será la representación de la belleza del amor, movido por el juicio y la pasión. La Diosa Venus actúa como centro moderador de estos sentimientos. Es el centro del equilibrio, pues sin ella se desatarían las fuerzas de la naturaleza. Mientras Mercurio será el enlace entre lo terrenal y lo divino, actuando aquí como mensajero de los dioses, y mirando hacia arriba nos indica que se debe abandonar el mundo terrestre para poder elevarse al mundo superior. Esta figura se encuentra en perfecta simetría con Céfiro quién representa lo contrario, pues es él, el encargado de traer las pasiones a la tierra. Otra de las interpretaciones barajadas es la planteada por Gombrich, quién se basa en el lado más humanista y pedagógico de Ficino. Cuenta que en una carta mandada por Ficino a su pupilo Lorenzo de Pierfrancesco, le hablaba del papel de Venus en la formación y en el comportamiento humano. La carta también fue enviada a los responsables directos de la educación del joven para que se le inculcaran dichos preceptos en su formación. Decía Ficino, que Venus reúne todas las cualidades necesarias para el ser humano, el amor, la caridad, la gentileza, el encanto, entre muchas otras. Teniendo en cuenta la presencia de esta carta es posible que el joven Médicis estuviera interesado en ver representado algo relacionado con este hecho. Por ello Botticelli utilizó para este fin varias fuentes literarias, basándose en “El Asno de Oro” de Apuleyo, obra del siglo I d.c. de carácter platónico muy popular por entonces. En esta obra literaria se narra el juicio de Paris, concretamente el momento en el que él debe elegir a la diosa más hermosa. Mercurio es el encargado de llevar hasta el joven la manzana dorada con la que rendir homenaje a la elegida. En la historia de Apuleyo, Venus aparece en medio de esta reunión, acompañada por cupidos y ninfas, por las Tres Gracias y por las Horas que esparcen flores como ofrenda. Sin embargo, entre la representación del lienzo y lo pintado hay alguna discordancia, pues en el lienzo sólo aparece un cupido, y no las Horas en general, sino una sola. Además, tampoco se nos presenta a Paris, pero este detalle tiene su explicación, pues dicho papel corresponde al joven Lorenzo de Pierfrancesco, quién actuará como juez emulando a Paris, y finalmente él será el dueño de la pintura. En 1482 es requerido por la Signoria de Florencia, junto a otros artistas, para decorar la nueva ala magna del palacio. Dicho encargo se efectúa tras su estancia en  Roma, donde ha adquirido conocimientos y prestigio, mieles que comienza a recoger nada más volver a su ciudad natal. Sin embargo, durante estos años no desatiende los encargos privados provenientes de su gran mecenas, la familia Médicis, sobre todo los solicitados por Lorenzo de Pierfrancesco. Es para él, y para su familia, para los que realizó varias obras importantes de temática mitológica. Estando entre ellas, la que aquí nos interesa, “La Primavera”, un canto a la sensualidad y a la pintura en general.
Según nos cuenta Vasari fue realizada para Villa de Castello, y adquirida, posteriormente por Lorenzo de Pierfrancesco para colocarla en las estancias de su castillo. Con posterioridad se ha conocido que su lugar original fueron las estancias florentinas de los Médicis. Concretamente ésta se situaba en una habitación contigua al dormitorio principal, colocada en una pared y colgada por encima del nivel de los ojos. Es importante en esta obra hablar de la perspectiva, pues de ella depende la comprensión de su conjunto. En este lienzo se aleja el artista de las concepciones básicas de la perspectiva como elemento espacial, de la luz como parte de la realidad, o de las formas como medio de concreción del espacio. Aquí se crea un campo por medio de la alineación de troncos, de los ritmos lineales de las figuras, y de las diferentes composiciones vegetales, las que crean la profundidad. Todos los grupos bailan sobre un escenario imaginario, iluminados por focos de luz individuales, que aísla a unos de otros. Este tratamiento hace que consiga lograr una armonía y un equilibro casi de carácter universal, accede a lo divino y a la bondad a través de la belleza; aunando los conceptos filosóficos con la religión cristiana. Estos términos tan intelectuales responden a lo conocido por Botticelli en el entorno de los Médicis donde se relacionó con filósofos como Marsilio Ficino o Poliziano. El artista florentino plasma estas ideas a través de bellos personajes que aparecen sobre un hermoso jardín lleno de frutales. Entre dichos personajes, sobresale la figura central que representa a la Diosa Flora símbolo de la primavera que esparce flores allá por donde pasa. Se encuentra acompañada del viento Céfiro, de la Diosa Venus  al centro, de las tres Gracias danzando y del Dios Mercurio, en el lateral izquierdo mirando hacia el cielo. Este grupo de personajes ha sido protagonista de varias interpretaciones, algunas de las cuales citaremos aquí brevemente. En primer lugar se plantearon la fuente bibliografica que supuso la inspiración para el pintor. Se habla del poema de “Giostra” de Poliziano donde se describe los amores de Giuliano de Médicis y de Simonetta Cattaneo Vespucci, aunque la narración de la historia que narra Poliziano no concuerda exactamente con lo que observamos.
Sin embargo, se puede afirmar que la historia aquí pintada responde a las teorías filosóficas neoplatónicas del entorno florentino. Otra explicación corresponde a la dada en 1972 por Edgar Wind, él se centra en esta idea neoplatónica y divide la escena en cuatro zonas. En la derecha aparece Céfiro persiguiendo a la ninfa de la tierra Cloris, siguiendo el texto Fastos de Ovidio. Así Céfiro juega el papel del Amor y la ninfa la de la Castidad; y de la unión de ambos surgirá la bella Flora simbolizando la victoria de la primavera. Este grupo de tres se corresponde a las otras tres figuras del lado izquierdo, donde las tres Gracias personifican cada una de estas cualidades, la Castidad, la Voluptuosidad como símbolo de la pasión del amor, y la Pulcritud la que exhibe su belleza con decoro. Así en conjunto será la representación de la belleza del amor, movido por el juicio y la pasión. La Diosa Venus actúa como centro moderador de estos sentimientos. Es el centro del equilibrio, pues sin ella se desatarían las fuerzas de la naturaleza. Mientras Mercurio será el enlace entre lo terrenal y lo divino, actuando aquí como mensajero de los dioses, y mirando hacia arriba nos indica que se debe abandonar el mundo terrestre para poder elevarse al mundo superior. Esta figura se encuentra en perfecta simetría con Céfiro quién representa lo contrario, pues es él, el encargado de traer las pasiones a la tierra. Otra de las interpretaciones barajadas es la planteada por Gombrich, quién se basa en el lado más humanista y pedagógico de Ficino. Cuenta que en una carta mandada por Ficino a su pupilo Lorenzo de Pierfrancesco, le hablaba del papel de Venus en la formación y en el comportamiento humano. La carta también fue enviada a los responsables directos de la educación del joven para que se le inculcaran dichos preceptos en su formación. Decía Ficino, que Venus reúne todas las cualidades necesarias para el ser humano, el amor, la caridad, la gentileza, el encanto, entre muchas otras. Teniendo en cuenta la presencia de esta carta es posible que el joven Médicis estuviera interesado en ver representado algo relacionado con este hecho. Por ello Botticelli utilizó para este fin varias fuentes literarias, basándose en “El Asno de Oro” de Apuleyo, obra del siglo I d.c. de carácter platónico muy popular por entonces. En esta obra literaria se narra el juicio de Paris, concretamente el momento en el que él debe elegir a la diosa más hermosa. Mercurio es el encargado de llevar hasta el joven la manzana dorada con la que rendir homenaje a la elegida. En la historia de Apuleyo, Venus aparece en medio de esta reunión, acompañada por cupidos y ninfas, por las Tres Gracias y por las Horas que esparcen flores como ofrenda. Sin embargo, entre la representación del lienzo y lo pintado hay alguna discordancia, pues en el lienzo sólo aparece un cupido, y no las Horas en general, sino una sola. Además, tampoco se nos presenta a Paris, pero este detalle tiene su explicación, pues dicho papel corresponde al joven Lorenzo de Pierfrancesco, quién actuará como juez emulando a Paris, y finalmente él será el dueño de la pintura. En 1482 es requerido por la Signoria de Florencia, junto a otros artistas, para decorar la nueva ala magna del palacio. Dicho encargo se efectúa tras su estancia en  Roma, donde ha adquirido conocimientos y prestigio, mieles que comienza a recoger nada más volver a su ciudad natal. Sin embargo, durante estos años no desatiende los encargos privados provenientes de su gran mecenas, la familia Médicis, sobre todo los solicitados por Lorenzo de Pierfrancesco. Es para él, y para su familia, para los que realizó varias obras importantes de temática mitológica. Estando entre ellas, la que aquí nos interesa, “La Primavera”, un canto a la sensualidad y a la pintura en general.
Según nos cuenta Vasari fue realizada para Villa de Castello, y adquirida, posteriormente por Lorenzo de Pierfrancesco para colocarla en las estancias de su castillo. Con posterioridad se ha conocido que su lugar original fueron las estancias florentinas de los Médicis. Concretamente ésta se situaba en una habitación contigua al dormitorio principal, colocada en una pared y colgada por encima del nivel de los ojos. Es importante en esta obra hablar de la perspectiva, pues de ella depende la comprensión de su conjunto. En este lienzo se aleja el artista de las concepciones básicas de la perspectiva como elemento espacial, de la luz como parte de la realidad, o de las formas como medio de concreción del espacio. Aquí se crea un campo por medio de la alineación de troncos, de los ritmos lineales de las figuras, y de las diferentes composiciones vegetales, las que crean la profundidad. Todos los grupos bailan sobre un escenario imaginario, iluminados por focos de luz individuales, que aísla a unos de otros. Este tratamiento hace que consiga lograr una armonía y un equilibro casi de carácter universal, accede a lo divino y a la bondad a través de la belleza; aunando los conceptos filosóficos con la religión cristiana. Estos términos tan intelectuales responden a lo conocido por Botticelli en el entorno de los Médicis donde se relacionó con filósofos como Marsilio Ficino o Poliziano. El artista florentino plasma estas ideas a través de bellos personajes que aparecen sobre un hermoso jardín lleno de frutales. Entre dichos personajes, sobresale la figura central que representa a la Diosa Flora símbolo de la primavera que esparce flores allá por donde pasa. Se encuentra acompañada del viento Céfiro, de la Diosa Venus  al centro, de las tres Gracias danzando y del Dios Mercurio, en el lateral izquierdo mirando hacia el cielo. Este grupo de personajes ha sido protagonista de varias interpretaciones, algunas de las cuales citaremos aquí brevemente. En primer lugar se plantearon la fuente bibliografica que supuso la inspiración para el pintor. Se habla del poema de “Giostra” de Poliziano donde se describe los amores de Giuliano de Médicis y de Simonetta Cattaneo Vespucci, aunque la narración de la historia que narra Poliziano no concuerda exactamente con lo que observamos.
Sin embargo, se puede afirmar que la historia aquí pintada responde a las teorías filosóficas neoplatónicas del entorno florentino. Otra explicación corresponde a la dada en 1972 por Edgar Wind, él se centra en esta idea neoplatónica y divide la escena en cuatro zonas. En la derecha aparece Céfiro persiguiendo a la ninfa de la tierra Cloris, siguiendo el texto Fastos de Ovidio. Así Céfiro juega el papel del Amor y la ninfa la de la Castidad; y de la unión de ambos surgirá la bella Flora simbolizando la victoria de la primavera. Este grupo de tres se corresponde a las otras tres figuras del lado izquierdo, donde las tres Gracias personifican cada una de estas cualidades, la Castidad, la Voluptuosidad como símbolo de la pasión del amor, y la Pulcritud la que exhibe su belleza con decoro. Así en conjunto será la representación de la belleza del amor, movido por el juicio y la pasión. La Diosa Venus actúa como centro moderador de estos sentimientos. Es el centro del equilibrio, pues sin ella se desatarían las fuerzas de la naturaleza. Mientras Mercurio será el enlace entre lo terrenal y lo divino, actuando aquí como mensajero de los dioses, y mirando hacia arriba nos indica que se debe abandonar el mundo terrestre para poder elevarse al mundo superior. Esta figura se encuentra en perfecta simetría con Céfiro quién representa lo contrario, pues es él, el encargado de traer las pasiones a la tierra. Otra de las interpretaciones barajadas es la planteada por Gombrich, quién se basa en el lado más humanista y pedagógico de Ficino. Cuenta que en una carta mandada por Ficino a su pupilo Lorenzo de Pierfrancesco, le hablaba del papel de Venus en la formación y en el comportamiento humano. La carta también fue enviada a los responsables directos de la educación del joven para que se le inculcaran dichos preceptos en su formación. Decía Ficino, que Venus reúne todas las cualidades necesarias para el ser humano, el amor, la caridad, la gentileza, el encanto, entre muchas otras. Teniendo en cuenta la presencia de esta carta es posible que el joven Médicis estuviera interesado en ver representado algo relacionado con este hecho. Por ello Botticelli utilizó para este fin varias fuentes literarias, basándose en “El Asno de Oro” de Apuleyo, obra del siglo I d.c. de carácter platónico muy popular por entonces. En esta obra literaria se narra el juicio de Paris, concretamente el momento en el que él debe elegir a la diosa más hermosa. Mercurio es el encargado de llevar hasta el joven la manzana dorada con la que rendir homenaje a la elegida. En la historia de Apuleyo, Venus aparece en medio de esta reunión, acompañada por cupidos y ninfas, por las Tres Gracias y por las Horas que esparcen flores como ofrenda. Sin embargo, entre la representación del lienzo y lo pintado hay alguna discordancia, pues en el lienzo sólo aparece un cupido, y no las Horas en general, sino una sola. Además, tampoco se nos presenta a Paris, pero este detalle tiene su explicación, pues dicho papel corresponde al joven Lorenzo de Pierfrancesco, quién actuará como juez emulando a Paris, y finalmente él será el dueño de la pintura. En 1482 es requerido por la Signoria de Florencia, junto a otros artistas, para decorar la nueva ala magna del palacio. Dicho encargo se efectúa tras su estancia en  Roma, donde ha adquirido conocimientos y prestigio, mieles que comienza a recoger nada más volver a su ciudad natal. Sin embargo, durante estos años no desatiende los encargos privados provenientes de su gran mecenas, la familia Médicis, sobre todo los solicitados por Lorenzo de Pierfrancesco. Es para él, y para su familia, para los que realizó varias obras importantes de temática mitológica. Estando entre ellas, la que aquí nos interesa, “La Primavera”, un canto a la sensualidad y a la pintura en general.
Según nos cuenta Vasari fue realizada para Villa de Castello, y adquirida, posteriormente por Lorenzo de Pierfrancesco para colocarla en las estancias de su castillo. Con posterioridad se ha conocido que su lugar original fueron las estancias florentinas de los Médicis. Concretamente ésta se situaba en una habitación contigua al dormitorio principal, colocada en una pared y colgada por encima del nivel de los ojos. Es importante en esta obra hablar de la perspectiva, pues de ella depende la comprensión de su conjunto. En este lienzo se aleja el artista de las concepciones básicas de la perspectiva como elemento espacial, de la luz como parte de la realidad, o de las formas como medio de concreción del espacio. Aquí se crea un campo por medio de la alineación de troncos, de los ritmos lineales de las figuras, y de las diferentes composiciones vegetales, las que crean la profundidad. Todos los grupos bailan sobre un escenario imaginario, iluminados por focos de luz individuales, que aísla a unos de otros. Este tratamiento hace que consiga lograr una armonía y un equilibro casi de carácter universal, accede a lo divino y a la bondad a través de la belleza; aunando los conceptos filosóficos con la religión cristiana. Estos términos tan intelectuales responden a lo conocido por Botticelli en el entorno de los Médicis donde se relacionó con filósofos como Marsilio Ficino o Poliziano. El artista florentino plasma estas ideas a través de bellos personajes que aparecen sobre un hermoso jardín lleno de frutales. Entre dichos personajes, sobresale la figura central que representa a la Diosa Flora símbolo de la primavera que esparce flores allá por donde pasa. Se encuentra acompañada del viento Céfiro, de la Diosa Venus  al centro, de las tres Gracias danzando y del Dios Mercurio, en el lateral izquierdo mirando hacia el cielo. Este grupo de personajes ha sido protagonista de varias interpretaciones, algunas de las cuales citaremos aquí brevemente. En primer lugar se plantearon la fuente bibliografica que supuso la inspiración para el pintor. Se habla del poema de “Giostra” de Poliziano donde se describe los amores de Giuliano de Médicis y de Simonetta Cattaneo Vespucci, aunque la narración de la historia que narra Poliziano no concuerda exactamente con lo que observamos.
Sin embargo, se puede afirmar que la historia aquí pintada responde a las teorías filosóficas neoplatónicas del entorno florentino. Otra explicación corresponde a la dada en 1972 por Edgar Wind, él se centra en esta idea neoplatónica y divide la escena en cuatro zonas. En la derecha aparece Céfiro persiguiendo a la ninfa de la tierra Cloris, siguiendo el texto Fastos de Ovidio. Así Céfiro juega el papel del Amor y la ninfa la de la Castidad; y de la unión de ambos surgirá la bella Flora simbolizando la victoria de la primavera. Este grupo de tres se corresponde a las otras tres figuras del lado izquierdo, donde las tres Gracias personifican cada una de estas cualidades, la Castidad, la Voluptuosidad como símbolo de la pasión del amor, y la Pulcritud la que exhibe su belleza con decoro. Así en conjunto será la representación de la belleza del amor, movido por el juicio y la pasión. La Diosa Venus actúa como centro moderador de estos sentimientos. Es el centro del equilibrio, pues sin ella se desatarían las fuerzas de la naturaleza. Mientras Mercurio será el enlace entre lo terrenal y lo divino, actuando aquí como mensajero de los dioses, y mirando hacia arriba nos indica que se debe abandonar el mundo terrestre para poder elevarse al mundo superior. Esta figura se encuentra en perfecta simetría con Céfiro quién representa lo contrario, pues es él, el encargado de traer las pasiones a la tierra. Otra de las interpretaciones barajadas es la planteada por Gombrich, quién se basa en el lado más humanista y pedagógico de Ficino. Cuenta que en una carta mandada por Ficino a su pupilo Lorenzo de Pierfrancesco, le hablaba del papel de Venus en la formación y en el comportamiento humano. La carta también fue enviada a los responsables directos de la educación del joven para que se le inculcaran dichos preceptos en su formación. Decía Ficino, que Venus reúne todas las cualidades necesarias para el ser humano, el amor, la caridad, la gentileza, el encanto, entre muchas otras. Teniendo en cuenta la presencia de esta carta es posible que el joven Médicis estuviera interesado en ver representado algo relacionado con este hecho. Por ello Botticelli utilizó para este fin varias fuentes literarias, basándose en “El Asno de Oro” de Apuleyo, obra del siglo I d.c. de carácter platónico muy popular por entonces. En esta obra literaria se narra el juicio de Paris, concretamente el momento en el que él debe elegir a la diosa más hermosa. Mercurio es el encargado de llevar hasta el joven la manzana dorada con la que rendir homenaje a la elegida. En la historia de Apuleyo, Venus aparece en medio de esta reunión, acompañada por cupidos y ninfas, por las Tres Gracias y por las Horas que esparcen flores como ofrenda. Sin embargo, entre la representación del lienzo y lo pintado hay alguna discordancia, pues en el lienzo sólo aparece un cupido, y no las Horas en general, sino una sola. Además, tampoco se nos presenta a Paris, pero este detalle tiene su explicación, pues dicho papel corresponde al joven Lorenzo de Pierfrancesco, quién actuará como juez emulando a Paris, y finalmente él será el dueño de la pintura.

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